Cuenta una leyenda oriental que el joven dios Baco, cierta vez que se dirigía a la isla de Naxos, se detuvo en una campiña y observó que, a sus pies, una ramita sobresalía apenas de la tierra. A Baco le pareció que revestía una curiosa conformación y la arrancó para llevársela a su morada. Mas, como el sol era abrasador, temía que la rama se le secara antes de la noche. De manera que, tomando un hueso de ave que halló en el camino, introdujo el pequeño vástago. Pero el tallo no tardó en crecer y salir por los extremos del hueso.
Casualmente, Baco halló entonces un hueso de león, donde metió su rama. Al poco tiempo, también ese resguardo resultó insuficiente y pocos días después la rama se había convertido en una pequeña planta y se salia del hueso, expuesta a los rigores del sol.
En un hueso de asno, Baco metió el hueso de león, en cuyo interior estaba la planta y el hueso del ave y poco después arribó a Naxos. Allí intentó sacar el arbusto de los tres huesos que lo guardaban, con el fin de plantarla; pero sus raíces se habían mezclado tanto con los huesos que no se podían sacar de éstos sin romper la planta. De modo que se vio obligado a plantarla tal cual estaba.
Bajo el cálido sol de Naxos, el arbusto creció y dio racimos de granos blancos. Su divina intuición indicó a Baco qué es lo que debía hacer: dejó que los granos maduraran, luego los vendimió y los prensó para extraerle el jugo, muy similar al néctar que se bebía en el Olimpo. Más tarde, llamó a los hombres de su tierra y les enseñó a cultivar las viñas, hecho que le iba a deparar mas de una sorpresa.
En efecto, advirtió que cuando los hombres bebían vino moderadamente se ponían alegres como pájaros y entonaban canciones como éstos. Si bebían un poco más, se sentían fuertes como leones. Pero si continuaban las libaciones, sus cabezas se inclinaban como la de los asnos y cometían disparates. Baco recordó entonces los tres huesos con que debió proteger a la vid cuando la encontró, solitaria, en un campo desconocido.(Fuente Rincón del vago)
Así pues, encomendándonos al médico-obispo de Sebaste (Armenia), San Blas, tenemos en Bembrive la sana costumbre de disfrutar de la bebida del Olimpo para sentirnos alegres como pájaros y fuertes como leones. Por desgracia nos podremos cruzar con algún que otro asno. Pero pocos.
Empezando poco a poco, un mes antes del propio día de San Blas. Nos podemos pasar por el centro de Bembrive cualquier día. Siendo los jueves, viernes y sábados a la hora de la merienda/cena los preferidos por la gran mayoría.
Pasear de furancho en furancho, probando el buen vino que en algunos ponen y el menos bueno que otros suelen poner. Cantar, bailar y disfrutar de las bondades del puerco situadas en su cabeza y sobre todo, pasar un día de «troula» dejando a un lado los problemas que bastante daño hacen durante el resto del año.
Saludos mis comilones, nos vemos en San Blas.
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