TODO INCLUIDO






Todo empieza con la ilusión que caracteriza la ‘puesta’ de la pulsera. Que alegría, que alboroto, nos vamos a poner como el kiko. Y lo que al principio se presuponía como una estancia feliz y tranquila, se puede llegar a convertir en una batalla campal no apta para flojos. 



Entras en el salón esquivando una rubia dos por dos que tiene la mirada fija en las alubias, mientras, tú intentas otear el horizonte con el único objetivo (u obsesión) de encontrar una mesa libre que sea de menos de ciento cuarenta comensales en alguno de los doscientos comedores. 


Encuentras la mesa, te sientas a descansar un rato y repones fuerzas para adentrarte en la marabunta de guiris hambrientos a los que les da igual un codillo en el plato que en tu brazo.
-«Tranquila cariño, ya traigo yo la comida del niño.»
– «¿Estás seguro?»
-«Claro que sí guapi»





Al mismo tiempo que yo, se levantan tres hordas de alemanes de los territorios contiguos. Sin mirar atrás,  me adentro en un mundo subrealista de gente con la mirada perdida, platos, olor a comida y personas paradas en tierra de nadie  (probablemente arrepintiéndose de haber abandonado su mesa).





Señor por la izquierda, carrito por la derecha, frena que te cargas al niño que mira fijamente los helados, regatea, dribla, salta, esprinta y en algún caso, si ves algo volar, remata con todas tus fuerzas  no vaya a caerte una sandía en la cabeza. Te encuentras a tu cuñado argentino «sos un boludo». Corre, vuela, lánzate a por el último trozo de flan, un minion con una banana,  ¿panga? Ni te acerques. Otra señora armada con un cuchillo de postre amenaza a quién se acerque a la creme brulé. También estaban Gámez el astronauta,  Gastón de flauta, Mari ‘la tetas», el novillero poeta con su mujer, el pobre Don Agapito y un camellito sin dientes paisano de un primo hermano de algún pariente asturiano de Victor Manuel (*)





Creo haber leído en alguna puerta un letrero de «FISIOTERAPEUTA» o ¿sería  «PSICOTERAPEUTA» ?  No sé, ambos casos me sirven de postre.

Coge diecisiete cubiertos aunque solo seáis tres, llena el plato como si no hubiera un mañana y si te olvidas del agua házselo saber a quién le toque entrar en la batalla cuando tú hayas llegado a la mesa. Porque está claro que necesitas refuerzos, no te hagas el valiente, el cementerio está lleno de ellos.











Tened cuidado ahí fuera mis comilones.

(*) Fragmento de ‘El café de Nicanor’ J.Sabina.

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