Un mes a mi lado, sin dejarme un solo minuto. Incluso, mientras duermo, la tengo ahí a mi lado. Como si de una mascota fiel se tratase esta lumbalgia no tiene pinta de querer abandonarme. No sé si dejarla en la próxima gasolinera.
Entre pinchazos de antiinflamatorios, fisioterapia de aquí y de allá he llegado a ese punto en el que el ibuprofeno me lo preparo en coctelera y lo tomo en copa de dry Martini.
Lo peor es que me estoy acostumbrando a esto. Baños de agua caliente, música relajante, luz tenue y mi ibuprofeno dry, no sé si en la sombrilla clavarle un paracetamol a modo de cereza confitada.
El dilema llega en los días de primavera con temperaturas propias del verano y digo dilema porque, amigo mío, lo que a mí me gusta en los días de calor es la cerveza.